Un campesino que paseaba por sus maizales de abundante fruto listo para la cosecha, hizo jubiloso una parada, se sacó el sombrero para disfrutar el fin de la jornada y en eso fue sorprendido por un anillo de colores que rodeaba al sol.
Volviendo el sombrero a la cabeza, las manos se extendieron cautelosas para atrapar un rayo de luz colorido.
Vió como la cálida luz dibujaba la dureza del trabajo en sus palmas y dedos, en voz alta exclamó para sí:
¿Qué misteriosa savia albergan los cielos de día que alimentan mis campos y mi cuerpo para poder trabajarlos y así alimentar mi cuerpo y a mi familia?
Vió más allá de la luz en sus manos y exclamó:
¿Qué misterioso ajayu permitirá que este cuerpo engendre vida y de a la vida quehacer a diario?
Cerrando los ojos y respirando la brisa de la tarde apunto su rostro hacia la luz colorida rendido a la maravilla.
Pensó para sus adentros, y dijo piadoso:
Que sabios son inti tatay, pacha mamay,
gracias inti tatay, pacha mamay
Volvió por su azadón y bordeando la acequia con el ánimo multiplicado en júbilo emprendió el retorno a su wasi para reencontrarse con el Juanito, la Satuca, el Tomas y la Helena: los otros fragmentos de su corazón.
0 comentarios:
Publicar un comentario